miércoles, 30 de septiembre de 2015

Buena Noticia a los pobres

Él llama.
Desde el Tercer Mundo y el Primero.
Grita y llama.
Él llama desde las orillas del lago Tiberíades
y los vagones de refugiados que huyen de la guerra.

Grita y llama desde las gargantas
resecas de tanto gritar.
Desde los drogadictos
y marginados.
Él llama.
Desde los millones de pupilas
de niños hambrientos de Somalia,
de Iraq o de Sudán.
Desde los pasillos limpios y
asépticos de la clínica
y desde los callejones mugrientos
que jamás han visto un barrendero.
Desde las cárceles
Él llama con la brisa suave
que estremece las hojas
y con el viento huracanado
que arranca de raíz
los árboles potentes.
Él llama hoy como ayer.
Desde el Tabor y, sobre todo,
desde el Calvario.
Él llama.
Llama desde las primeras páginas
de los periódicos, y desde
el teléfono de la esperanza.
Su llamada está escrita
en el rostro del mendigo
y en la cara satisfecha
del "yupi" posmoderno.
Él llama al borde del camino
y en el stop de entrada en carretera.
A la salida del metro
y en el semáforo de la esquina.
Su llamada se percibe en
la mirada entristecida
del inmigrante sin trabajo.
En el miedo del magrebí
agazapado en la patera,
o en la rabia
de la mujer dominicana
objeto de explotación.
Él grita y llama.
Y dice:
"El Espíritu del Señor está sobre mí.
Me ha ungido para que dé
la Buena Noticia a los pobres.
Me ha enviado para anunciar
la libertad a los cautivos,
para dar la vista a los ciegos,
para poner en libertad a los oprimidos.
Id vosotros y anunciad la Buena Nueva.
Sed sal. Sed luz.
Como el Padre me ha enviado,
así os envío yo.
Liberad, sanad, resucitad los corazones
de los Hombres.
¡Construid
con ellos la Nueva Creación!
¡Id! La felicidad del mundo
la pongo en vuestras manos".