martes, 22 de septiembre de 2015

Canto a Dios. Magnificat

Canto a Dios que me dio y da la vida
y envía su mensajero para conocer mi respuesta.
Él, que hizo el universo entero y lo mantiene,
no quiere forzar mi corazón ni mi voluntad.
Por eso bailo ante mi Señor con alegría,
porque es el único que ama, respeta y libera.



Él se ha fijado en mí sin motivo,
me ha sacado del anonimato de la historia
y colocado por encima de los prepotentes.
Sin estudios, sin nobleza, sin riqueza,
sin la belleza que ostentan las princesas,
soy, ahora, el orgullo de los humildes.

Siendo una joven humilde y sencilla,
poca cosa para lo que se estila y admira,
pero con un espíritu noble y generoso,
me pidió mi corazón, mi voluntad y mi futuro
y se lo di, a la primera, por amor, a ciegas.
Él, que es pura generosidad, me recompensa.

Sin trucos ni pactos ni milagros raros,
solo sirviéndose de un amor plenamente humano,
ha transformado mis entrañas en regazo de vida,
mi pobreza en riqueza y sabiduría.
Ha hecho brillar en mí su humanidad
que supera toda riqueza y hermosura.

Estaba sola en la soledad de mi infortunio
y me abandoné en sus manos tiernas;
Él me llenó de paz con su presencia cierta,
me levantó por encima de los engreídos
y de los que gozan con el mal y la injusticia.

Me dio fuerza, coraje y visión cierta
para auxiliar a emigrantes y desvalidos
y que todos vean que cumple sus promesas.
Él libera con prontitud al oprimido
y colma la libertad de todos sus hijos e hijas.

Él regala todo lo suyo a quien se deja regalar,
y acoge con ternura y gracia lo que le ofrecemos.
Es tanta la predilección y ternura que ha tenido por mí
que escucho su susurro de gracia y vida todos los días.
Poseída por su Espíritu no me importa ser elegida
y colaborar en el parto de su Reino de vida.

Florentino Ulibarri