miércoles, 30 de septiembre de 2015

Nuestros corazones latían por un mismo anhelo

Sin conocernos, nuestros corazones latían por un mismo anhelo.
Un día nos encontramos y ahora marchamos juntos.
Por eso te damos gracias, Señor, en esta asamblea de hermanos.

Cuando tú sembraste en nuestras vidas la semilla del hombre nuevo,
nos sentimos como enfermos:
las preguntas sin respuesta nos requemaban por dentro,
los caminos habituales se nos volvieron ajenos,
nos sentíamos vareados, devorados por el deseo de liberarnos
y sin saber cómo hacerlo.
Nos gritaban: desadaptado, resentido, tonto útil.
y nos planteamos: "Me olvidaré de todo, quiero ser uno más".

Pero no supimos fingir.
No tuvo cura esta herida de amor a tu pueblo;
y seguimos nuestra marcha levantándonos,
cayendo solitarios, solidarios, entre esperanzas y miedos.

Un día nos encontramos.
Sentimos mucha alegría; de repente comprendimos
que nos somos excepciones,
que está naciendo algo nuevo;
una corriente escondida nos reúne a los viajeros.

Es tu Espíritu, Señor,
que nos lanza al mundo nuevo.
Por eso en esta comunidad de hermanos te cantamos, Padre Nuestro.

En nuestra debilidad sentimos bullir tu fuerza,
en la noche de nuestras incertidumbres se abre camino tu luz,
y en medio de nuestros complejos,
que hacen difícil el entendimiento y nos dan dolor,
construye tu amor un puente y una morada de paz.

Mira, Señor: los enemigos del pueblo
buscan nuestra división
y nosotros mismos crecimos en un mundo de recelos.

Por eso danos, Señor, esa paciencia sin límites,
la misericordia y la comprensión;
que como tú nos amaste seamos nosotros capaces de amar.
Que esta pequeña comunidad de hermanos
sea el embrión de un pueblo fraternal.