martes, 6 de octubre de 2015

Bajo la mirada de Dios

Líbrame, Señor, de mi propia mirada,
aquella que solo sabe ver en mí
las malezas que pretenden ahogar
la vocación de infinito que de tí he recibido
(pues yo mismo soy mi mayor enemigo).

Tú, en cambio, sanas las raices de mi existir
con tu mirada que endereza todo lo torcido
y ablanda lo rígido de mis torpezas acumuladas.

¿Por qué, pues, no haces de mi vida un árbol nuevo
abierto a la explosión primaveral de tu gracia?
¡Enviame la fuerza de tu Espíritu, único que puede
hacer brotar mi ser en cantos de inalterable libertad!

Viva yo abierto a la luz de tu presencia
como el prado que sonríe al amanecer
bajo la caricia de un cielo que se prodiga.

Que mis días asciendan de alegría en alegría
como la savia que hace reventar las yemas
hacia la más sazonada dulzura.

Y que el amor a la verdad me dé esa larga paciencia
de saber esperar, en las horas oscuras,
con presentimientos de plenitud.