miércoles, 7 de octubre de 2015

María en la cruz de cada día

María, en tu sí a Dios, has hallado ancho campo para tu corazón de Madre, huerto feraz para que anide la ternura, surco dispuesto al amor. Tu “sí” previene el canto esperanzado, apaga el grito tenso de las sombras y recuesta el llanto desvalido.

Madre, firme en la hondura del dolor a espada y sin medida; incansable compañera del sufrir paciente y en silencio… Eres Madre de Jesús fugitivo y emigrante, tu Hijo Jesús, pendiente de las cosas de su Padre, tu Hijo Jesús, incomprendido, solo, traicionado, tu Hijo Jesús, víctima del odio y la injusticia, que padece, perdona y muere colgando del madero.

Madre fiel y perseverante, que sigues al pie de la cruz de tu Hijo Sacramentado cuando el amor que nos brinda es despreciado, cuando los hombres dejan de lado la vida que se brinda sin cesar en la Eucaristía. Madre de la Eucaristía, haznos “eucaristía”, pan partido y entregado, acción de gracias. Madre del dolor y Señora de las penas, eres roca inconmovible en tu fragilidad doliente, luz que rasga tanta noche sumida en el tormento.

La cruz, plantada como mástil en tu vida, se hace costumbre, plegaria prolongada, y te impulsa, ágil, peregrina, al encuentro de Dios en el gozo pascual recién fundado. Virgen dolorosa, tu sufrir descubre sentido, horizonte, valor y jornal al dolor, cruz nuestra a cada instante.