Señor, Tú no dejas de enviarme mensajes, pero no siempre los quiero recibir. En muchos momentos ahogo tus llamadas con música, con amigos, con ruido, con un sinfín de actividades... Y a veces siento un gran vacío, aunque a los demás les parezca que mi vida está llena.
Tú no te cansas de llamarme: «Ven conmigo, ven». Y entonces me pregunto: ¿por qué, Señor, por qué a mí? ¿Qué tengo yo de especial? Me viene a la mente la escena del llamamiento de los primeros discípulos y me digo: ¿Qué tenían de especial Pedro, Santiago, Juan, Andrés? ¿No eran débiles, cobardes y pecadores, como los demás? Pero Tú los elegiste y esos pobres pescadores no dudaron en dejar en la playa, muertas para siempre, esas redes que representaban toda su vida.
Señor, ¿qué redes tengo que dejar? ¿la comodidad y el egoísmo; la posibilidad de hacer lo que me apetece; las amistades y las aficiones que me absorben; el miedo a no saber responder, a perder mi nivel de vida, al qué dirán...? ¿Qué redes me enredan, qué amarras me atan?
Señor, no dejes de atraerme, aunque a veces no te responda y sufra, al saber que te fallo. Tú eres mucho más importante que cualquier persona, que cualquier proyecto. Sé que a tu lado encontraré la felicidad más grande, que Tú apagarás mi sed de eternidad, que contigo podré ser pescador de hombres y llevaré tu alegría, tu paz, tu ternura a muchas personas.
Sólo te pido tres cosas: dame fe, dame generosidad, dame valor; en una palabra, dame amor; para seguirte adondequiera que vayas y me lleves. Amén.