sábado, 30 de abril de 2016

Siete dones

Siete son los dones del Espíritu
Siete las llamas de fuego vivo
que encienden el corazón de los elegidos
y nos llevan a vivir en plenitud
acrisolándonos de toda escoria,
haciéndonos sensibles a lo que procede del Padre y del Hijo
y alumbrando nuestro camino noche y día

El primero es el don de sabiduría
Por el nos hace comprender, saber y gustar,
con la inteligencia y el corazón,
que Dios no es misterio de oscuridad
sino hondura de vida y amor,
por el nos hace saber cuales son los caminos
de la vida, del bien y del gozo
cual es la esperanza a la que estamos llamados,
cual es la riqueza que da en herencia a los santos
y cual la extraordinaria grandeza de su poder
para todos los que creen

El segundo es el don de conocimiento
Por el se abre nuestro ser de par en par
a la autentica experiencia de Dios,
de modo que el creyente, pueda hablar,
con verdad y sin vanidad,
de lo que conoce última y personalmente
y dar testimonio de lo que ha vivido

El tercero es el don de profecía
Por él el creyente, unas veces, habla en nombre de Dios
a otros hombres y mujeres con palabras edificantes,
de exhortación, consejo y consuelo
Y otras, anuncia y descubre el futuro medito de Dios
y la aventura, sorpresa y novedad de la historia
que nos espera si nos adentramos por sus caminos

El cuarto es el don de ciencia.
Por él el creyente conoce el verdadero sentido
de la enseñanza de Jesús,
recuerda cada uno de sus preceptos
y puede distinguir los buenos y malos espíritus,
los que caminan en la luz
y los que permanecen en las tinieblas.

El quinto es el don de fortaleza.
Por él hace el Espíritu del creyente un testigo fiel
en este mundo receloso, escéptico y ambiguo,
en el que tantas veces es necesario ir contracorriente,
porque testigo es él
y hace testigos de los discípulos de Jesús
acudiendo a su ayuda siempre
en los momentos de debilidad.

El sexto es el don de piedad.
Por él el creyente sale de sí mismo,
se siente confiadamente religado a Dios
y empieza a vivir como hijo,
con misericordia y fervor,
seguro de lograr la herencia que espera,
la que el Padre ha prometido a quienes,
hechos hijos en el Hijo,
están destinados a compartir su gloria.

El séptimo es el don de temor de Dios.
Por él el creyente siente, vive y asume
la majestad y la ternura de Dios
que nos libra, día a día, de los miedos humanos,
y nos hace abandonar las obras de la carne,
para gozar de los frutos del Espíritu Santo:
amor, alegría, paz,
comprensión, tolerancia, servicialidad,
bondad, generosidad, lealtad.

Florentino Ulibarri