viernes, 6 de mayo de 2016

Y cuando El dijo "Padre"

Y cuando El dijo "Padre"
el mundo se preguntó por qué aquel día amanecía dos veces.
La palabra estalló en el aire como una bengala
y todos los árboles quisieron ser frutales
y los pájaros decidieron enamorarse
antes de que llegara la noche.
Hacía siglos que el mundo no había estado tan en fiesta:
los lirios empezaron a parecerse a las trompetas
y aquella palabra comenzo a  circular de mano en mano,
bella como una muchacha enamorada.
Los hombres husmeaban el continente recién descubierto
y a todos les parecía imposible
pero pensaban que, aún como sueño,
era ya suficientemente hermoso.

Hasta entonces los hombres se  habían inventado dioses
tan aburridos como ellos,
serios y solemnes faraones,
atrapamoscas con su tridente de opereta.
Dioses que enarbolan el relámpago cuando los hombres
encendían una cerilla en sábado,
o que reñían como colegiales por un quítame allá ese incienso;
dioses egoístas y pijoteros
que imponían mandamientos de amar
sin molestarse en cumplirlos.
Vanidosos como cantantes de ópera
pavos reales de su propia gloria
a quienes había que engatusar con becerros bien cebados.

Y he aquí que, de pronto, el fabricante de tormentas
bajaba -¿bajaba?- a ser Padre,
se uncía el carro del amor
y se sentaba sobre la pradera a comer con nosotros la tortilla.
Era un nuevo Dios bastante poco excelentisímo
que no desentonaba en las tabernas
y ante quien sólo era necesario descalzar el alma.

Aquel día los hombres empezaron a ser felices
porque dejaron de buscar la felicidad
como quien excava una mina.
No erán felices porque fueran felices,
sino porque amaban y eran amados,
porque su corazón tenía una casa,
y su Dios, las manos calientes.

José Luis Martín Descalzo