domingo, 12 de junio de 2016

Somos lo que agradecemos

Si supiéramos reconocer todo lo que recibimos sin merecerlo...
¡cuánto cambiaría nuestra vida, Señor!

La vida... ¡el regalo más precioso!
Nuestro cuerpo... a pesar de sus achaques, ¡maravilloso!
Nuestros padres... ¡cuántos desvelos, cariños, enseñanzas...!
La naturaleza y el universo... ¡un jardín para nuestros sentidos!
Los amigos... ninguno perfecto, pero ¡sin ellos no podríamos vivir!
Cada persona... ¡un misterio, un don para los demás!
La fe y la oración... ¡nos permiten sentirnos acompañados y amados, siempre!
La cultura y la educación... ¡la posibilidad de aprender en un minuto lo que costó siglos descubrir!
El esfuerzo y trabajo... ¡la capacidad para mejorar el mundo, para construirnos nuestra personalidad!
La posibilidad de amar y dar la vida... ¡la mayor aventura!
¡Cuántos dones, Señor!

Pero a veces, no queremos ver, nos cuesta reconocer...
preferimos pensar que todo lo hemos ganado con nuestro esfuerzo,
que somos mejores que los demás.
Y levantamos murallas en la tierra y en el alma.
Quitamos de nuestro vocabulario las palabras más importantes: ¡Perdón! ¡Por favor! ¡Gracias!
Y desgastamos en demasía otras expresiones: ¡Yo no soy como esos! ¡Lo quiero ya! ¡Es mi derecho!
Dejamos que en nuestro corazón crezca el orgullo...
¡y la tristeza!

Señor, un corazón de niño, que sepa asombrarse ante cada regalo, ante cada nuevo descubrimiento.
Dame un corazón contemplativo, que sepa descubrir y saborear con paz tus dones; que no necesite recibir continuamente, ni consumir nuevas experiencias, para sentirse dichoso.
Dame un corazón emocionado, que sepa escribir "gracias" con las lágrimas agradecidas que corren por sus mejillas.
Dame un corazón enamorado, para que sepa decir "gracias" con la voz y con sus ojos; con todo su cuerpo y con toda su alma.
Amén.