viernes, 5 de agosto de 2016

La caricia del perdón

Es difícil perdonar, Señor. Cuando nos han hecho daño, apenas podemos recordar que nosotros somos los primeros que hemos sido perdonados por ti; infinitamente más de lo que nosotros perdonamos a los hermanos. A lo largo de nuestra historia... ¡cuántas cosas malas hemos hecho y tú, Señor, nos las has perdonado!

Tú no te cansas de ofrecer siempre tu perdón cada vez que te lo pedimos. Es un perdón pleno, total, con el que nos das la certeza de que, aun cuando podemos recaer en los mismos pecados, tienes piedad de nosotros y no dejas de amarnos. Tu perdón no conoce límites; va más allá de nuestra imaginación y alcanza a quien reconoce, en el íntimo del corazón, haberse equivocado y quiere volver a Él. Tú miras el corazón que pide ser perdonado, y lo llenas de paz.

Pero, aún así, nos cuesta perdonar. Cuando nosotros estamos en deuda con los demás, pretendemos la misericordia; en cambio cuando nos deben, invocamos la justicia. Y todos hacemos así, todos. A veces vivimos encerrados en el rencor y arruinamos nuestra propia vida y la de los demás, en lugar de encontrar la alegría de la serenidad y de la paz.

Enséñanos a perdonar, y a hacerlo sin límites, como tú: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete». Que no nos limitemos a lo justo; que sepamos mostrarnos como discípulos que han obtenido gratuitamente misericordia a los pies de la cruz; que sepamos contagiar al mundo la alegría de ser perdonados y de perdonar.  Amén.

Inspirada en el discurso del Papa Francisco en Asís (4 de agosto de 2016)