sábado, 17 de febrero de 2018

¡Mira!

¡Señor Jesús, ayúdame a pararme,
para mirar y contemplar!

Ayúdame a mirar a las personas que reflejan tu ternura y tu bondad, esos rostros que mantienen viva la llama de la fe, la fe y la esperanza.

Ayúdame a mirar el rostro de nuestras familias que siguen apostando día a día, con mucho esfuerzo, para sacar la vida adelante y convertir sus hogares en una escuela de amor.

Ayúdame a mirar el rostro de nuestros niños y jóvenes, cargados de futuro y esperanza, cargados de mañana y posibilidad, que exigen dedicación y protección.

Ayúdame a mirar el rostro, surcado por el paso del tiempo, de nuestros ancianos; rostros portadores de la memoria viva de nuestros pueblos; rostros de la sabiduría operante de Dios.

Ayúdame a mirar el rostro de nuestros enfermos y de tantos que se hacen cargo de ellos; rostros que, en su vulnerabilidad y en el servicio, nos recuerdan que el valor de cada persona no puede ser jamás reducido a una cuestión de cálculo o de utilidad.

Ayúdame a mirar el rostro arrepentido de tantos que intentan revertir sus errores y equivocaciones y, desde sus miserias y dolores, luchan por transformar las situaciones y salir adelante.

Ayúdame a mirarte y a contemplarte en la cruz. Desde la cruz sigues siendo portador de amor y esperanza; mano tendida para aquellos que se sienten crucificados, que experimentan en su vida el peso de sus fracasos, desengaños y desilusión.

Ayúdame a mirarte y a contemplarte en la cruz, para vencer los demonios de la desconfianza, la apatía y la resignación; para exclamar: ¡El Reino de Dios es posible! ¡un mundo más fraterno es posible!

(Ideas tomadas de la homilía de Francisco, en el Miércoles de Ceniza 2018)