domingo, 12 de abril de 2020

Abrir la puerta a Jesús Resucitado

Jesús Resucitado,
te abro las puertas de mi corazón,
para poder sentir la fuerza de tu Resurrección,
la fuerza que ha cambiado mi vida en tantos momentos,
la fuerza que puede transformar mi vida hoy:
del pesimismo a la esperanza,
del miedo a la valentía,
del egoísmo a la generosidad,
de los engaños a la verdad,
del orgullo a la humildad,
del aislamiento a la fraternidad,
de la sospecha a la confianza,
de la oscuridad a la luz,
del sufrimiento al consuelo,
del juicio al compromiso,
de la indiferencia a la cercanía,
del rencor al perdón,
de la guerra a la paz
de la superficialidad a la profundidad,
del individualismo a la colaboración,
de la esclavitud a la libertad,
de la tristeza a la alegría,
del pecado a la gracia,
en definitiva, de la vida a la muerte.

Jesús Resucitado,
quiero abrirte las puertas de mi corazón,
para que, cada día, puedas abrazar y curar
esas zonas moribundas de mi existencia.
Así, también yo, a pesar de mi pequeñez,
podré colaborar en la construcción de un mundo mejor,
donde todas las personas podamos vivir como hermanas;
podré transmitir la antorcha de la esperanza
y compartir el pan de la solidaridad
con mi familia, mis amigos, mi comunidad,
con los hermanos y hermanas que más sufren.

Dame la luz y la fuerza para anunciar,
con mi vida y con mis palabras,
que Tú amor ha vencido al mal y a la muerte
y que, con tu ayuda, también nosotros venceremos,
en las pequeñas y grandes luchas de esta vida
y, de forma definitiva, junto a Ti, en la vida eterna.

viernes, 10 de abril de 2020

Ante Cristo crucificado

No solamente la cruz, mas la misma figura que en ella tienes nos llama dulcemente a amor; la cabeza tienes inclinada para oírnos y darnos besos de paz, con la cual convidas a los culpados, siendo tú el ofendido; los abrazos tendidos, para abrazarnos; las manos agujereadas, para darnos tus bienes; el costado abierto, para recibirnos en tus entrañas; los pies clavados, para esperarnos y para nunca te poder apartar de nosotros. De manera que mirándote, Señor, todo me convida a amor: el madero, la figura, el misterio, las heridas de tu cuerpo; y, sobre todo, el amor interior me da voces que te ame y que nunca te olvide de mi corazón (Tratado del amor de Dios, 11).

¡Oh Cruz, hazme lugar, y recibe mi cuerpo, y deja el de mi Señor! ¡Ensánchate, corona, para que pueda yo ahí poner mi cabeza! ¡Dejad clavos, esas manos inocentes, y traspasar mi corazón, y llagadlo de compasión y amor!... (Tratado del amor de Dios 14).

En la Cruz me buscaste, me hallaste, me curaste y libraste y me amaste, dando tu vida por mí... Pues en la cruz te quiero buscar y en ella te hallo y, hallándote, me curas y me libras de mí, que soy el que contradice a tu amor, en quien está mi salud. Y libre de mi amor, enemigo tuyo, te respondo, aunque no con igualdad, empero con semejanza, al excesivo amor en la cruz me tuviste, amándote yo y padeciendo por ti, como tú, amándome, moriste de amor de mi" (Carta 58).

San Juan de Ávila,
patrón del clero español

Siete Palabras en tiempo de pandemia

I. «PADRE, PERDÓNALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN».
Tienes razón, Jesús. No sabemos lo que hacemos. Vivimos demasiado centrados en satisfacer nuestros caprichos, en defender nuestros intereses. Vivimos como si no hubiera injusticias, como si no existieran pueblos enteros condenados al hambre, a la guerra… No nos damos cuenta del daño que hacemos a los demás, a los más débiles, al planeta, a nosotros mismos.
Que esta pandemia nos despierte, Jesús. Enséñanos a medir las consecuencias de lo que hacemos, ayúdanos a pedir perdón y a perdonar, como Tú nos perdonas.

II. «EN VERDAD TE DIGO: HOY MISMO ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO».
Estar contigo, Jesús, es estar en el Paraíso. A tu lado, las alegrías se multiplican y en el dolor crece la esperanza. ¡Qué fácil es robarte el Paraíso! No lo merecemos, pero tu corazón, sin puertas, siempre abierto, nos lo ofrece cada día y nos lo ofrecerás el día de nuestra muerte.
Sólo tenemos que desearlo, pedirlo y disfrutarlo.

III. «¡MUJER, HE AHÍ A TU HIJO! ¡HE AHÍ A TU MADRE!».
Señor Jesús, en la cruz, agonizante, nos regalaste a María, tu madre. A partir de ese momento, María cuidó de Juan y Juan cuidó de María. María sigue cuidándonos, como la madre más atenta. En este tiempo del coronavirus, estamos redescubriendo la belleza de cuidarnos unos a otros, de estar pendientes de los más frágiles…
María, Madre de Jesús y madre nuestra, queremos dejarnos cuidar por ti. Ayúdanos a cuidar a los que sufren y a descubrir en ellos el rostro de Jesús.

IV. «DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?».
Dios mío, Dios mío, ¿Por qué nos abandonas en la duda, en el miedo, en la impotencia? ¿Por qué te callas, Dios, por qué te callas delante de la mentira, la violencia y la injusticia?
En la hora de la tiniebla, de la enfermedad, de la impotencia... fortalece nuestra fe, para que nunca dudemos de que Tú siempre estás con nosotros, aunque parezcas callado.

V. «¡TENGO SED!».
Jesús, tienes la sed del Amor que no te damos. Sientes la sed de compañía de tantos enfermos solos, la sed de dignidad de tantas mujeres maltratadas, la sed de esperanza de tantas personas desilusionadas, la sed de alegría de tantos niños sin infancia... Tienes la sed de todas las personas que desean un mundo más humano, más alegre, más fraterno.
¡Danos sed de Amor, de vida plena, para todos! ¡Danos sed!

VI. «TODO ESTÁ CONSUMADO».
Jesús, todo está cumplido por tu parte. Tú ya lo has hecho todo, todo bien. El Padre te confió la misión de amarnos y reconciliarnos y lo has dado todo.
Que también nosotros lo demos todo, en la lucha contra el coronavirus, en el esfuerzo por construir un mundo mejor, en el trabajo de cada día, en los pequeños detalles que hacen felices a cuantos nos rodean…
Señor, danos luz y fuerza para continuar y completar tu misión, para que el perdón y el amor de Dios llegue a toda la humanidad.

VII. «¡PADRE, EN TUS MANOS ENTREGO MI ESPÍRITU!».
Tú viniste del Padre y ahora al Padre vuelves. Y el Padre te acoge satisfecho, por tu entrega sin medida. Descansa en Paz, por fin, Jesús, en la Paz del Padre, eterna.
Padre, en tus manos confiamos el dolor de quienes no pueden acompañar a sus seres queridos, el esfuerzo de todas las personas que, de una manera u otra, trabajan y arriesgan su salud y su vida para curar a los enfermos y garantizar los servicios que todos disfrutamos, la incertidumbre de los que ven peligrar su trabajo o su empresa, la vida de los que han muerto…
En tus manos, encontramos la Paz… y la Esperanza.