sábado, 9 de mayo de 2020

Coronavirus. Aprederemos algo

Señor, esta epidemia no es un castigo tuyo. Tú eres el Bien, sin mezcla de mal, y la fuente de todo bien. Tú te dedicas a perdonar, a salvar, a resucitar… Tú haces salir tu sol sobre malos y buenos y haces caer tu lluvia sobre justos e injustos. Sabes que no podemos entender cómo permites tanto sufrimiento y te pedimos que nos ayudes a aprender de esta dolorosa situación.

Nos creíamos fuertes, capaces de todo,  y ahora descubrimos que hemos perdido la capacidad de nuestros mayores para hacer frente a las adversidades; ahora sabemos que somos frágiles y, al mismo tiempo, importantes y necesarios. Creíamos que podríamos ser felices sin depender de nadie y ahora nos damos cuenta de que estamos en la misma barca, todos llamados a remar juntos y a confortarnos mutuamente.

Creíamos que el dinero, la prisa, la fama, la apariencia, los discursos, los títulos, los entretenimientos y los caprichos podrían calmar o anestesiar nuestro deseo de felicidad plena…  y ahora nos damos cuenta de que sólo vive de verdad el que ama, el que da espacio al silencio, el que cuida sus sentimientos y deseos, el que sirve y se pone en riesgo por el bien del prójimo.

Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material. No nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta, gravemente enfermo. Hemos continuado la vida, imperturbables, como si todo fuese normal, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo. En definitiva, no nos hemos detenido ante tus llamadas.

Con la tempestad hemos comprobado que la oración no es un gran paraguas que nos protege de las desgracias, que nuestras plegarias no son fórmulas mágicas para ahuyentar la peste. En esta situación, aprendemos que la oración nos permite sentir que nos acompañas siempre, que Tú disipas nuestros miedos, que Tú nos sostienes y guías, como las estrellas a los antiguos marineros, y nos ayudas a separar lo que es necesario de lo que no lo es. La oración nos permite experimentar que Tú conviertes en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso la muerte de nuestros seres queridos; que Tú das la serenidad, a los que somos sacudidos por las tormentas, y la vida eterna, a quienes han llegado a la otra orilla.

Entra, Señor, en nuestra pequeña barca, zarandeada. Sólo Tú puedes darnos paz en la tormenta. Amén.

Plegaria inspirada en la homilía de Papa Francisco, 27 de marzo