sábado, 9 de mayo de 2020

El misterio de Judas

Jesús, Tú amaste a Juan, con su ternura,
a Pedro, con su terquedad,
a Judas, quien te vendió por unas monedas.

Le lavaste los pies, como al resto, sabiendo de sus intenciones;
Dijiste en voz alta que uno de tus amigos te iba a entregar, para ayudarle a comprender la gravedad de lo que está pensando hacer, y ni aún así reaccionó;
Le diste un pedazo de pan untado, gesto de amistad entrañable en los pueblos semitas;
Finalmente, le dijiste "Lo que vas a hacer, hazlo pronto". No le abroncas. No le echas encima al resto de los discípulos, que no comprenden del significado de tus palabras.
Es más, parece que es una manera de acompañarlo con amor, más allá de su error, de su traición, de su pecado.
Es sobrecogedor, Jesús, lo que hiciste con Judas, en su noche oscura.

Pero lo que me hace temblar es que Tú, Jesús, haces lo mismo conmigo.
Me lavas los pies y el alma, una y otra vez;
me ayudas a caer en la cuenta de mis errores;
tienes mil detalles de delicadeza conmigo;
y, cuando decido apartarme de Ti o seguir otros caminos, lejos de abroncarme, me acompañas en silencio y me ofreces permanentemente tu ayuda.
En la noche oscura del error, Tú me acompañas y me amas, hasta el extremo.