Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y
todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así
es también Cristo.
Todos nosotros, hombres y mujeres, de un país o de otro,
jóvenes o ancianos, trabajadores, estudiantes, parados, ricos, pobres, ágiles o
torpes, conversadores o silenciosos, sanos o enfermos… todos nosotros formamos
parte de ese mismo cuerpo, bautizados en su mismo Espíritu.
Si todos fuéramos iguales. Si todos viéramos los mismos
programas en la televisión, tuviéramos idénticas aficiones, leyésemos el mismo
libro, pensásemos de una única forma, ¿no sería terrible?
Si uno dijera, “es que tú y yo pensamos distinto en este
punto o este otro, luego no podemos ser parte de la misma iglesia”, “es que nos
preocupamos por problemas diferentes, luego tenemos distinto Dios…” ¿No sería
demasiado excluyente? Si solo hubiera una forma de celebrar, una forma de
pensar, una forma de actuar, ¿dónde quedaría la riqueza de una comunidad viva?
¿No sería una masa informe?
Somos muchos. Y distintos. Cada uno aporta algo al conjunto.
No sólo los más brillantes, los más elocuentes o los más asertivos. A menudo
son los que parecen más débiles, más frágiles o pasan más desapercibidos,
quienes en realidad hacen más falta. Ese es el secreto de la comunidad. El
valor de lo pequeño. El contraste entre el brillo aparente y la grandeza
escondida.
Pero que no haya divisiones en el cuerpo, en la comunidad.
Puede haber diferencias, porque somos distintos, pero no dejemos que las
diferencias se conviertan en barreras que nos incomuniquen a unos de otros.
Dios ha distribuido en la iglesia muchos carismas y talentos, muchas
sensibilidades. Hay hoy gente más apegada a la tradición y gente más abierta a
lo nuevo. Hay quien coordina. Y quien enseña. Hay quien cuida, con ternura, de
los enfermos. Hay quien investiga. Hay quien canta. Hay quien vive solo. Quien
forma una familia. Quien abraza una comunidad. Hay catequistas. Y sacerdotes. Y
laicos comprometidos con la realidad concreta. Y religiosos y religiosas.
Todos somos necesarios.
Señor, ayúdanos a entender.... y a vivir como miembros
solidarios y responsable de la familia, de la comunidad, del mundo.
1Cor 12, 12-30, adaptado desde rezanvovoy.org