Mi amado Jesús, quiero
contarte ahora lo que hay en mi corazón. Muchas veces me
olvido de Ti, me olvido de tu amor, de tu misericordia. Te pido perdón por mis
pecados, por conservar rencor en mi alma, por no perdonarme a mí mismo, por no
valorar que
soy hechura tuya, por haber pensado que de nada sirvo en
este mundo.
viernes, 16 de diciembre de 2016
miércoles, 14 de diciembre de 2016
Acoger y disfrutar el perdón
Querida hija / Querido hijo:
¡No sabes cuánto he disfrutado contigo! Te has dejado
encontrar y me has abierto ese gran corazón que te di. Me has dejado aligerar
la carga que hundía tu espalda y arruga tu sonrisa. Me has dejado abrazarte y
me has demostrado lo mucho que me quieres. Y al ver tus lágrimas, no he podido
contener las mías.
Recuerda lo que te he dicho tantas veces: Tú vales mucho
para mí y yo te amo (Isaías 43); llevo tu nombre tatuado en las palmas de mis
manos, continuamente pienso en ti (Isaías 49); la alegría que encuentra el
marido con su esposa, la encuentro yo contigo (Isaías 62); hasta tu vejez, yo
seré siempre el mismo y te ayudaré hasta que tus cabellos se pongan blancos.
Así como te he apoyado hasta ahora, así te seguiré apoyando (Isaías 46).
Has acogido y disfrutado mi perdón, mi perdón gratuito. Pero
de vez en cuando, te cansas de convivir con tu fragilidad y no te acabas de
creer mi perdón.
Por eso, vuelvo a recordarte la pregunta de Pedro: ¿Cuántas
veces tenemos que perdonar, siete veces? No te digo siete veces, sino setenta
veces siete (Mt 18,22)? Si ésta es la medida que se le pide al hombre, ¿cómo
piensas que yo puedo tener una medida más pequeña?
Recuerda además la experiencia del hijo pródigo. Al verlo
volver a casa, cansado y triste, lloré, corrí, lo abracé, lo llené de besos. Y
como la alegría no me cabía en el corazón, hicimos una fiesta. ¿Crees que no
siento la misma alegría cuando tú vuelves a mí?
Acoge mi perdón en lo más hondo de ti. Disfrútalo y
compártelo. Y cuando vuelvas a dudar de mi perdón, dímelo, para que pueda
convencerte de nuevo. ¿De acuerdo?
Un abrazo grande de tu Padre Dios
Ver los signos del Reino
Señor, danos una mirada contemplativa, para descubrirte
en esa madre o en ese padre que cambia el pañal de su hijo sonriendo, a pesar del cansancio;
en ese mendigo que comparte su mendrugo de pan;
en ese voluntario que trabaja y sólo cobra el sueldo de la satisfacción;
en ese político o en ese hombre de negocios que renuncia a caer en la corrupción;
en esa abuela que ya no puede hacer otra cosa por su familia más que rezar;
en la niña que sabe acercarse a ese compañero triste;
en ese misionero que se deja la piel por los más pobres;
en todos aquellos que no se callan ni se cruzan de brazos frente a las injusticias;
en esa religiosa que renunció con alegría a los placeres del mundo, para consagrarse a Ti y a los más necesitados;
Señor, danos una mirada contemplativa, para descubrirte
en mí y en cada persona:
en nuestros deseos de amar, de servir, de compartir, de ser felices.
Allí estás, Dios mío. Y allí te dejas encontrar. ¡Gracias!
en esa madre o en ese padre que cambia el pañal de su hijo sonriendo, a pesar del cansancio;
en ese mendigo que comparte su mendrugo de pan;
en ese voluntario que trabaja y sólo cobra el sueldo de la satisfacción;
en ese político o en ese hombre de negocios que renuncia a caer en la corrupción;
en esa abuela que ya no puede hacer otra cosa por su familia más que rezar;
en la niña que sabe acercarse a ese compañero triste;
en ese misionero que se deja la piel por los más pobres;
en todos aquellos que no se callan ni se cruzan de brazos frente a las injusticias;
en esa religiosa que renunció con alegría a los placeres del mundo, para consagrarse a Ti y a los más necesitados;
Señor, danos una mirada contemplativa, para descubrirte
en mí y en cada persona:
en nuestros deseos de amar, de servir, de compartir, de ser felices.
Allí estás, Dios mío. Y allí te dejas encontrar. ¡Gracias!
miércoles, 7 de diciembre de 2016
Si estás libre de pecado...
Gracias, Jesús, por defenderme de mi vanidad,
del pecado de creerme superior a los demás,
y del pecado de despreciar al que se equivoca,
cuando me dices: “Si estás libre de pecado…”.
Gracias, Jesús, por defenderme de mis acusadores,
de las acusaciones de cuantos me rodean
y de las acusaciones –las más duras- de mi conciencia;
cuando me dices: “Yo no te condeno”.
Gracias, Jesús, por defenderme de mis mentiras,
de la mentira de creer que todo lo hago bien,
de la mentira de pensar que no puedo mejorar;
cuando me dices: “En adelante, no peques más”.
Gracias, Jesús, porque sea acusador o acusado,
Tú estás siempre a mi lado y a mi favor,
luchando contra los que quieren condenarme,
dándome fuerzas para ser cada día más parecido a Ti.
del pecado de creerme superior a los demás,
y del pecado de despreciar al que se equivoca,
cuando me dices: “Si estás libre de pecado…”.
Gracias, Jesús, por defenderme de mis acusadores,
de las acusaciones de cuantos me rodean
y de las acusaciones –las más duras- de mi conciencia;
cuando me dices: “Yo no te condeno”.
Gracias, Jesús, por defenderme de mis mentiras,
de la mentira de creer que todo lo hago bien,
de la mentira de pensar que no puedo mejorar;
cuando me dices: “En adelante, no peques más”.
Gracias, Jesús, porque sea acusador o acusado,
Tú estás siempre a mi lado y a mi favor,
luchando contra los que quieren condenarme,
dándome fuerzas para ser cada día más parecido a Ti.
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