sábado, 25 de diciembre de 2021

Navidad: Dios pequeño

Señor Jesús, contemplamos tu nacimiento, llenos de asombro.

Tú eres el Salvador, pero no eres un guerrero, ni un sabio, ni un poderoso. Anuncian tu nacimiento los ángeles, pero no tienes sitio en la posada. Eres “solo” un niño envuelto en pañales, acostado en la cruda pobreza de una comedera para animales. Tú nos desvelas a un Dios distinto: muestras tu grandeza en la pequeñez; has elegido la pobreza, para llegar a nosotros, para tocar nuestro corazón, para salvarnos y devolvernos a lo que de verdad importa.

Tan pequeño, tan pobre, y eres el Hijo de Dios, Dios mismo en persona. Tú que abrazas el universo necesitas ser sostenido en los brazos de María y José. Tú que hiciste el sol, has de ser calentado por el calor de los animales. Tú que eres la ternura en persona necesitas ser cuidado y mimado. Tú que eres el amor infinito tienes un corazón diminuto, que emite latidos de luz. Tú que eres el Verbo, la Palabra, eres infante, incapaz de hablar. Tú que eres el Pan de vida necesitas ser alimentado. Tú que eres el creador del mundo no tienes hogar. Hoy todo está al revés: Tú, Dios grande, vienes al mundo pequeño. Tu grandeza se ofrece en la pequeñez.

Te acercas, te revelas, pero ¡cuánto nos cuesta acogerte y comprenderte! Te haces pequeño a los ojos del mundo y nosotros seguimos buscando la grandeza según el mundo, a veces incluso utilizando tu nombre. Tú te abajas y nosotros queremos subir al pedestal. Tú naciste para servir y nosotros pasamos el tiempo buscando medrar...

Señor, enséñanos a amar la pequeñez, a descubrirte en las pequeñas cosas de nuestra vida. Tú quieres vivir en las realidades cotidianas, en los sencillos gestos que hacemos en casa, en la familia, en la escuela, en el trabajo. En nuestra vida ordinaria quieres lograr cosas extraordinarias.

Es más, Tú naces en nuestra pequeñez. Cuando nos sentimos débiles, frágiles y equivocados, Tú nos dices: “Te amo como eres. Tu pequeñez no me asusta, tus flaquezas no me preocupan. Me hice pequeño para ti. Para ser tu Dios, me convertí en tu hermano. Hermano amado, hermana amada, no me temas, encuentra en mí tu grandeza. Estoy cerca de ti y esto es lo único que te pido: confía en mí y ábreme tu corazón”.

Tú quieres ser abrazado en los pequeños de hoy, quieres ser amado en los últimos y servido en los pobres. Son los más parecidos a Ti, pobre desde Belén al Calvario. En ellos quieres ser honrado. Ellos son los amados de Padre, que un día nos darán la bienvenida al cielo.

¿Realmente Tú puedes ser el Salvador, desde la pobreza y la pequeñez? Sí, Jesús. Sólo un Dios como Tú puede salvarnos del orgullo, del miedo a Dios, del egoísmo, de la rigidez, de la indiferencia, de la crispación, de todo pecado que nos aleja del Padre y de los hermanos. Queremos acogerte y dejarnos salvar por ti, para vivir como verdaderos hijos e hijas, que se sienten amadas por el Padre y se ayudan y se aman como hermanos y hermanas, en una fraternidad universal. Amén.

Oración inspirada en la homilía de ayer del Papa Francisco.