martes, 27 de febrero de 2018

Aliviar o sobrecargar

Señor, gracias por tus palabras,
que ensanchan mi corazón oprimido.
Tú me recuerdas que soy hijo de Dios,
una obra maestra, modelada por las manos del Padre,
que mi nombre está tatuado en la palma de tu mano,
que mi vida es importante y valiosa para ti.

Señor gracias por repetirme...
que tu perdón es más grande que mi pecado,
que me quieres y cuentas conmigo,
que contigo puedo nacer de nuevo cada día,
que lo imposible es posible a tu lado.

Señor, gracias por todo lo que has hecho por mí,
gracias por quienes comparten mis cargas,
por cuantos se sobrecargan para aliviarme,
por las personas que embellecen y alegran mis días.
Dame humildad, para dejarme ayudar y enriquecer.

Señor, a veces sobrecargo para aliviarme.
Perdóname y ayudame a seguir tu ejemplo.
Qué mis palabras enciendan esperanza en los abatidos
y mi esfuerzo sostenga a quienes están a punto de caer.
Que sepa aliviar y animar como Tú y contigo.

sábado, 17 de febrero de 2018

¡Regresa!

Señor, Jesús, ayúdame a pararme y a mirar;
a regresar a la casa del Padre.

Toca mi corazón
y ayúdame a volver sin miedo,
a los brazos anhelantes y expectantes del Padre,
rico en misericordia,
que me está esperando,
con la mano tendida para acogerme
y los brazos dispuestos a abrazarme.

Toca mi corazón,
ayúdame dejar el camino de la soledad y la tristeza
y a volver sin miedo,
para participar de la fiesta de los perdonados,
para gozar de la vida vida,
que nuestro corazón tanto desea.

Toca mi corazón
y ayúdame a volver sin miedo,
para experimentar la ternura sanadora de Dios,
que cura las heridas del pecado,
renueva nuestro espíritu
y transforma nuestro corazón de piedra
en un corazón de carne.

Señor, Jesús, ayúdame a pararme y a mirar;
a regresar a la casa del Padre, a tu casa,
a mi verdadera casa.

(Ideas tomadas de la homilía de Francisco, en el Miércoles de Ceniza 2018)

¡Mira!

¡Señor Jesús, ayúdame a pararme,
para mirar y contemplar!

Ayúdame a mirar a las personas que reflejan tu ternura y tu bondad, esos rostros que mantienen viva la llama de la fe, la fe y la esperanza.

Ayúdame a mirar el rostro de nuestras familias que siguen apostando día a día, con mucho esfuerzo, para sacar la vida adelante y convertir sus hogares en una escuela de amor.

Ayúdame a mirar el rostro de nuestros niños y jóvenes, cargados de futuro y esperanza, cargados de mañana y posibilidad, que exigen dedicación y protección.

Ayúdame a mirar el rostro, surcado por el paso del tiempo, de nuestros ancianos; rostros portadores de la memoria viva de nuestros pueblos; rostros de la sabiduría operante de Dios.

Ayúdame a mirar el rostro de nuestros enfermos y de tantos que se hacen cargo de ellos; rostros que, en su vulnerabilidad y en el servicio, nos recuerdan que el valor de cada persona no puede ser jamás reducido a una cuestión de cálculo o de utilidad.

Ayúdame a mirar el rostro arrepentido de tantos que intentan revertir sus errores y equivocaciones y, desde sus miserias y dolores, luchan por transformar las situaciones y salir adelante.

Ayúdame a mirarte y a contemplarte en la cruz. Desde la cruz sigues siendo portador de amor y esperanza; mano tendida para aquellos que se sienten crucificados, que experimentan en su vida el peso de sus fracasos, desengaños y desilusión.

Ayúdame a mirarte y a contemplarte en la cruz, para vencer los demonios de la desconfianza, la apatía y la resignación; para exclamar: ¡El Reino de Dios es posible! ¡un mundo más fraterno es posible!

(Ideas tomadas de la homilía de Francisco, en el Miércoles de Ceniza 2018)

¡Para!

Señor, ayúdame a pararme.
¿Para qué esta agitación y este correr sin sentido?
Tú sabes que acabo disperso, dividido, aislado...
lejos de mis amigos y mi familia,
lejos de ti.

Ayúdame a pararme
delante de la necesidad de estar en el candelero,
que me hace olvidar el valor de la intimidad y el recogimiento.

Ayúdame a pararme
para no dejarme llevar por la mirada altanera
y no me venzan los juicios rápidos y las críticas injustas,
que me alejan de la ternura y la misericordia.

Ayúdame a pararme
ante el deseo de querer controlar todo,
saberlo todo, consumir todo;
que nace del olvido de la gratitud frente al don de la vida
y a tanto bien recibido.

Ayúdame a pararme
ante el ruido ensordecedor que atrofia y aturde nuestros oídos
y nos hace olvidar del poder fecundo y creador del silencio.

Ayúdame a pararme
ante la actitud de fomentar sentimientos estériles, infecundos, que brotan del encierro y la auto-compasión y llevan al olvido de ir al encuentro de los otros para compartir las cargas y sufrimientos.

(Ideas tomadas de la homilía de Francisco, en el Miércoles de Ceniza 2018)

viernes, 9 de febrero de 2018

Sordo mudos

Señor, lo reconozco:
muchas veces mi corazón es sordo mudo.

Sordo, para escucharme,
sordo, para escuchar el lamento de los que sufren,
sordo, para escuchar a quienes piensan distinto,
sordo, para escuchar el canto de la Creación.

Sordo, para escuchar tu Palabra,
esa palabra que cada día me recuerda quien soy:
"tú eres mi hija preferida, tu eres mi hijo amado";
esa palabra que cada día me recuerda cuál mi misión:
amar, servir, compartir la vida hasta el extremo.

Mudo, para comunicar esperanza,
mudo, para denunciar las injusticias,
mudo, para decir: ¡te quiero!
mudo, para pedir perdón,
mudo para contarte mi pena y mi alegría.

Acércate, Jesús, a mi corazón sordomudo;
toca con tu dedo mis oídos y mi lengua.
para que escuche y hable, como Tú, Señor.

domingo, 4 de febrero de 2018

Libres, también de los aplausos

Jesús, queremos seguir tus huellas,
queremos aprender a ser mujeres y hombres libres.

Supiste disfrutar de la amistad con Marta, María y Lázaro.
Tu corazón rebosaba alegría en tantos momentos:
al ver la generosidad de una viuda pobre
con la fe de una mujer cananea, extranjera,
ante el amor de tantos samaritanos, prójimos de quien sufre,
en los momentos de oración, de intimidad con el Padre
al contemplar cómo la gente sencilla acoge el Evangelio...
Disfrutaste en tantos momentos y con tantas personas.
Ayúdanos a gozar cada detalle de amor y de belleza.

Pero tu camino no se detuvo ante el miedo
y seguiste adelante, a pesar de las amenazas.
Tampoco te dejaste robar el corazón por el éxito,
cuando hubiera sido más fácil dejarte querer.
No dejaste que la pereza echara raíces en tu corazón
y no buscaste otra cosa que cumplir la voluntad de Padre.
¡Cuánto me gustaría ser tan libre como tú, Jesús!
Libérame del miedo, la pereza, los aplausos, el dinero.
Qué tu amor, tu luz y tu fuerza me ayuden a ser libre.

jueves, 1 de febrero de 2018

Un bastón y nada más

Jesús, Tú llamaste a los Doce,
y después de ellos, has llamado a tantos hombres y mujeres de todos los tiempos.
Y hoy sigues llamándonos a nosotros.
Sé que también cuentas conmigo, a pesar de historia y mi debilidad.

Siento que nos dices:
«Tenéis autoridad sobre el mal.
No dejéis que el odio, el engaño, la violencia, el egoísmo o tantos otros espíritus inmundos encierren la vida.
Cada día, sentíos en camino, hacia los otros, para anunciar la buena nueva.
No pongáis vuestra confianza en el dinero, en la información, en la imagen o el poder, en estar a la última en la tecnología, tener al día todas las seguridades…
Nada de eso sirve, si no acogéis y compartís mi amor. Eso es lo más importante.
Habrá personas dispuestas a escuchar y compartir el evangelio. Otros no os harán ningún caso. No os empeñéis en convencer a quien se cierra a la buena noticia. Seguid adelante. Y veréis cómo vuestra palabra ayuda a convertir lo estéril en vida, a sanar las heridas y a expulsar las sombras».

Señor, dame luz, confianza y fuerza para aceptar tu invitación.

(adaptación de una plegaria de Rezandovoy.org)