martes, 27 de junio de 2017

Amar discretamente

Señor, enséñame a amar discretamente,
como el viento, que nos acaricia, sin dejarse ver;
como el sol, que ilumina, calienta y anima la vida, sin hacer ningún ruido;
como los pájaros, que cantan, escondidos, en la espesura del bosque;
como una madre, entregada a sus hijos, sin contar jamás las horas trabajadas;
como los voluntarios, que ofrecen su tiempo todos los días, sin buscar un aplauso;
como esas personas generosas, que comparten su dinero sin pretender reconocimiento;
como el político comprometido con su pueblo, aunque no lo anuncie el periódico;
como la monja de clausura, que te dedica su tiempo y su amor en el silencio del claustro;
como Tú, Señor, acompañas, sostienes y alegras mi vida, sin pasar un recibo por los servicios prestados.

Señor, enséñame a amar discretamente,
no para conseguir más cosas, sino para agradecer lo mucho que he recibido;
no para que Tú me mires con cariño, sino porque Tú me miras con una inmensa ternura.

No echéis vuestras perlas a los cerdos

Señor, mi perla más bella y más valiosa es la vida,
y a veces tengo la sensación de que la desperdicio.
Dedico demasiado espacio a diversiones exageradas,
a veces los estudios y el trabajo ocupan todo mi tiempo,
en bastantes ocasiones me dejo llevar por la pereza
y, en otros momentos, mi único Dios es el dinero.

Esos son los cerdos a los que echo mis perlas:
la diversión exagerada, el trabajo obsesivo,
la pereza comodona, la avaricia por el dinero...
Y así, mi perla pierde brillo, mi vida se arruga.

Señor, ayúdame a encauzar bien mi vida,
a dedicar mi tiempo y mi vida a lo que merece la pena:
a encontrarme contigo, a escucharte y hablarte sin prisa,
a vivir con amor mis obligaciones familiares, laborales...
a servir con cariño a las personas que más lo necesitan,
a construir tu Reino de justicia, verdad, amor y paz.

Y así, cuando me preocupe y ocupe de lo importante,
Tú me darás todo lo demás por añadidura.
Y mi perla tendrá el brillo de la alegría más grande.