sábado, 17 de febrero de 2018

¡Para!

Señor, ayúdame a pararme.
¿Para qué esta agitación y este correr sin sentido?
Tú sabes que acabo disperso, dividido, aislado...
lejos de mis amigos y mi familia,
lejos de ti.

Ayúdame a pararme
delante de la necesidad de estar en el candelero,
que me hace olvidar el valor de la intimidad y el recogimiento.

Ayúdame a pararme
para no dejarme llevar por la mirada altanera
y no me venzan los juicios rápidos y las críticas injustas,
que me alejan de la ternura y la misericordia.

Ayúdame a pararme
ante el deseo de querer controlar todo,
saberlo todo, consumir todo;
que nace del olvido de la gratitud frente al don de la vida
y a tanto bien recibido.

Ayúdame a pararme
ante el ruido ensordecedor que atrofia y aturde nuestros oídos
y nos hace olvidar del poder fecundo y creador del silencio.

Ayúdame a pararme
ante la actitud de fomentar sentimientos estériles, infecundos, que brotan del encierro y la auto-compasión y llevan al olvido de ir al encuentro de los otros para compartir las cargas y sufrimientos.

(Ideas tomadas de la homilía de Francisco, en el Miércoles de Ceniza 2018)