sábado, 26 de septiembre de 2015

Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Te grito, Dios, y tú estás distante.
Te grito, Dios, y no tienes palabras para conmigo.
Te grito de noche, y mi voz se pierde en el eco.
Te grito y no me haces caso. ¡Dios, dios mío!

Me han dicho que quien confia en tí
tú lo pones a salvo. Me han dicho
que gritaban y tú les dejabas libres.
Me han dicho que en tí ponían su confianza
y que nunca los defraudaste.
¡No sé nada de eso!, ahora no entiendo
de confianza. Sólo sé gritar, Dios mío,
y quedarme a sólas en mi grito.
Me siento como un gusano, no un hombre,
vergüenza de la gente, desprecio de muchos;
y mi corazón me dice que se ríen de mí
porque he acudido a tí, para que me pongas a salvo.

Tú me llamaste a la vida,
me guardaste entre tus manos.
Tú eres mi Dios, aunque nada sienta.
No te quedes lejos, Dios mío, que el peligro
está cerca y nadie me socorre.
Estoy como rodeado de violencia.
Estoy como agua derramada.
Tengo el corazón como cera,
que se derrite en mis entrañas.

Tengo la garganta seca como la tierra sin agua.
La lengua se me pega al paladar.
Me siento apretado contra el polvo de la muerte.
Me veo despojado, desnudo, sin fuerzas.
Soy como un payaso de quien todos se ríen.
Tú , Señor, fuerza mía, no te quedes lejos,
ven corriendo a auxiliarme.
Mira mi vida, mi única vida, y sálvala.

Aunque no te veo, aunque me siento abandonado,
aunque me encuentro solo en la prueba,
aunque no tengo fuerzas para resistir,
aunque la tentación se hace dura en mis carnes,
tú seguirás siendo mi Dios en quien  confío.
Yo seré como un niño abandonado
en los brazos de su madre. Y diré a las gentes
que tú eres misericordia para este pobre desgraciado
que tu eres compasión para mi vida rota,
que tu eres mi salvador en la obscuridad de la noche.
Soy un desvalido y espero comer  de tu don
hasta saciarme. te alabo, aunque no veo tu rostro.

Yo digo a mi corazón: ¡no pierdas nunca el ánimo!
Estoy ante ti esperando que me des la vida.
Seré tu amigo y te seguiré fiado en tu fidelidad.
Yo saldré nuevo de tus manos,
y a  mi corazón le naceran alas como  de águila.
Y cantaré en mi libertad: en medio del dolor
acudí al Señor y él me libró.
Señor, tú eres mi Dios, tu eres mi Salvador
tú eres cercano y amigo del hombre.

Dios mío, Dios mío, te grito y tú estás distante.
Te grito, Dios, y no tienes palabras para conmigo.
Te grito de noche, y mi voz se pierde en el eco.
Te grito y no me haces caso. ¡Dios, Dios mío!
Me han dicho que quien confía en ti
tú lo pones a salvo. Me han dicho
que gritaban y tú les dejabas libres.
Me han dicho que en ti ponían su confianza
y que nunca los defraudaste.

¡No sé nada de eso!, ahora no entiendo
de confianza. Sólo sé gritar, Dios mío,
y quedarme a solas en mi grito.
Me siento como un gusano.

No te quedes lejos, Dios mío,
que el peligro está cerca y me rodea.
Tú , Señor, fuerza mía, no te quedes lejos,
ven corriendo a auxiliarme.

Aunque me cuesta creer sin entender,
tú seguirás siendo mi Dios en quien  confío.
Yo seré como un niño abandonado
en los brazos de su madre.

Y diré a las gentes...
que tú eres misericordia para este pobre desgraciado
que tu eres compasión para mi vida rota,
que tu eres mi salvador en la obscuridad de la noche.

Por eso. te alabo, aunque no veo tu rostro.
Señor, tú eres mi Dios, tu eres mi Salvador.

Adaptación del Salmo 22, el que rezó Jesús en la cruz.