Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa.
No deseas castigarme ni vigilas mis caídas,
pero sí quieres que reconozca mi pecado.
Contra Tí sólo pequé y no atendí a tu ley.
Tú sabes que desde el principio
estoy inclinado al mal,
por eso comprendes mis caidas y las olvidas.
Pero me pides, ante todo, un corazón sincero,
y me iluminas para que el engaño no me arrastre.
Reafirma tu alianza conmigo,
el lazo de amistad que nos unía, fortalécelo.
Lávame: quedaré más blanco que la nieve.
Lléname de gozo y alegría,
aleja de mí la tristeza del pecado.
Que ni siquiera quede el recuerdo de mis faltas.
Crea en mí un corazón puro,
dame una vida nueva
y un deseo firme de ser mejor.
Hazme sentir tu presencia cercana;
que tu recuerdo me infunda confianza
y me devuelva la alegría de estar salvado.
Demostraré con mis ojos que tú vives en mí,
ayudaré a mis amigos a acercarse a Tí.
Mi mejor testimonio será el amar a todos,
y dar mi ayuda a quien la necesite.
Lo que tú quieres es un corazón sencillo y generoso,
donde no quepa el rencor y la mentira.
Que ésta sea mi ofrenda, Señor,
pues eso esperas de mí.
Variación del Salmo 50