Padre, no sé qué decirte esta noche.
No encuentro palabras.
Me basta cerrar ojos suavemente
y dejar que tu mirada se pose en mí.
Poco a poco, me atrevo a mirarte a los ojos.
Nuestras miradas se encuentran.
No veo en tu rostro arrugas de reproche.
Tu sonrisa serena contagia ternura y paz.
Te miro y los miedos escapan,
las tentaciones y la tristeza huyen.
Te miro y me siento acompañada,
comprendida, perdonada, sostenida…
Te miro y, a pesar de todos los pesares,
me siento tu hija amada.
Callo ya, Señor.
Sólo quiero disfrutar de tu mirada.