No me gustan las aglomeraciones, Señor, pero disfruto al coger el tren a primera hora de la mañana.
Miro a las personas que me rodean: más jóvenes y más mayores; alegres y unos pocos
sonrientes; italianos y extranjeros; leyendo, durmiendo o esperando un
«te quiero» o una buena noticia en la pantalla del teléfono móvil...
El tren es un gran río de personas madrugadoras, que van a trabajar o a buscar trabajo, a estudiar, a ganar
el pan para sus familias... Quizá haya alguno con malas ideas y -sin
quizá- todos meteremos la pata al menos siete veces a lo largo de la
jornada.... Pero, aún así, el tren es un río de buenas intenciones.
Aunque no conozco a nadie, Señor, son tus hijas e hijos, mis hermanas y
hermanos. Con ellos rezo a gusto; por ellos y los suyos te pido con
confianza; por sus buenas voluntades te doy gracias. Y así, con el
traqueteo del tren, se duermen las preocupaciones y despierta la
esperanza.
¡Buenos días, Señor!