viernes, 10 de abril de 2020

Ante Cristo crucificado

No solamente la cruz, mas la misma figura que en ella tienes nos llama dulcemente a amor; la cabeza tienes inclinada para oírnos y darnos besos de paz, con la cual convidas a los culpados, siendo tú el ofendido; los abrazos tendidos, para abrazarnos; las manos agujereadas, para darnos tus bienes; el costado abierto, para recibirnos en tus entrañas; los pies clavados, para esperarnos y para nunca te poder apartar de nosotros. De manera que mirándote, Señor, todo me convida a amor: el madero, la figura, el misterio, las heridas de tu cuerpo; y, sobre todo, el amor interior me da voces que te ame y que nunca te olvide de mi corazón (Tratado del amor de Dios, 11).

¡Oh Cruz, hazme lugar, y recibe mi cuerpo, y deja el de mi Señor! ¡Ensánchate, corona, para que pueda yo ahí poner mi cabeza! ¡Dejad clavos, esas manos inocentes, y traspasar mi corazón, y llagadlo de compasión y amor!... (Tratado del amor de Dios 14).

En la Cruz me buscaste, me hallaste, me curaste y libraste y me amaste, dando tu vida por mí... Pues en la cruz te quiero buscar y en ella te hallo y, hallándote, me curas y me libras de mí, que soy el que contradice a tu amor, en quien está mi salud. Y libre de mi amor, enemigo tuyo, te respondo, aunque no con igualdad, empero con semejanza, al excesivo amor en la cruz me tuviste, amándote yo y padeciendo por ti, como tú, amándome, moriste de amor de mi" (Carta 58).

San Juan de Ávila,
patrón del clero español