Tú Jesús, que te retirabas a lugares solitarios
ayúdame a buscar y a amar el silencio,
enséñame a escucharte, a escucharme, a escuchar,
lejos de los ruidos que están fuera y dentro de mí.
Háblame, Señor, con tu infinita dulzura,
incluso si no puedo escuchar tus palabras.
No te rindas y sigue hablándome,
hasta que se abran mis oídos y mi corazón.
Enséñame a escucharte,
en cada estremecimiento del corazón,
en un pensamiento repentino.
en la voz de un amigo, un hermano, un extraño...
Te doy gracias, Jesús,
porque en cada acontecimiento y en cada persona
me indicas la dirección de la felicidad más grande.
el camino en el que podré amar más y mejor. Amén.