lunes, 5 de octubre de 2015

Descentrarnos

Hoy, te pedimos, Señor, lo más precioso:
que nos veamos en nuestras verdaderas dimensiones,
para que no nos creamos importantes,
y hagamos sitio en nuestro corazón
para nuestros hermanos y para ti.

Te pedimos, Señor,
que no nos pongamos a nosotros mismos
en el centro de nuestro corazón;
que sintamos, Señor, deseos de los demás
y que sintamos deseos de ti.

Te pedimos que no andemos llenos
de nosotros mismos ni de nuestros sueños,
te pedimos que tampoco nuestro grupo ni nuestro proyecto,
se conviertan para nosotros en un absoluto
que nos impida reconocer los rostros ajenos
y escuchar sus llamadas.

Te pedimos, Señor, que de tal manera
echemos nuestra suerte con los pobres de la tierra
que nos vayamos haciendo gente humilde.
Señor, que no pensemos que ser gente humilde
es una ruin condición que debemos superar,
que no lo veamos como un punto de partida
del que debemos alejarnos,
que lo apreciamos, Señor, más bien como una meta ansiada
porque sólo la gente sencilla
entendió el camino que nos mostró Jesús
y sólo ella tuvo audacia para recorrerle.

Nosotros también te alabamos con Jesús,
el hombre sencillo y de corazón humilde,
porque escondiste su salvación a los sabios y entendidos
y la revelaste a la gente sencilla.
Sí, Padre. ¡Bendito seas por haberte parecido bien así!

Pero nosotros, Señor, enseguida queremos hacernos grandes
y hasta copiamos los gestos de los grandes de este mundo;
ponemos los rostros muy graves y andamos agobiados
como si la marcha del mundo colgara de nuestros hombros.

Danos, Señor, el gusto de ser compañeros de todos,
el gusto de vivir una vida compartida
de recibir agradecidos para poder dar de balde.
Danos oídos para ver la riqueza escondida de tu pueblo
y pobreza para dar sin dolor.
De este modo, libres de ambiciones,
podremos abrazar verdaderamente al mundo
y entregarnos sencillamente a la tarea de la salvación.