lunes, 21 de septiembre de 2015

Bendice, alma mía, al Señor

Bendice, alma mía, al Señor, desde el fondo de mi ser.
Bendice, alma mía, al  Señor, y no olvides sus muchos beneficios.
Bendice, alma mía, al Señor, porque él ha sido grande conmigo.
Bendice, alma mía, al Señor, porque ha llenado de paz mi vida.



El Señor te ha perdonado todas tus culpas; te ha limpiado.
El Señor te ha curado de todas tus dolencias; te ha sanado.
El Señor te ha sacado de lo profundo de la fosa; te ha liberado.
El Señor te ha puesto en pie después de la caída; te ha rescatado.

El Señor te corona de amor y de ternura día a día.
El Señor satura de bienes y regalos tu existencia.
El Señor te guarda como a la niña de sus ojos.
El Señor renueva tu juventud como el águila.

Bendice, alma mía, al Señor, que hace obras de justicia.
Bendice, alma mía, al Señor, que otorga derecho al oprimido.
Bendice, alma mía, al Señor, que manifiesta sus caminos al que lo busca.
Bendice, alma mía, al Señor, que ha hecho prodigios con nosotros.

El Señor ha sido clemente y compasivo contigo.
El Señor ha sido tardo a la cólera y lleno de amor ante tus fallos.
El Señor no guarda rencor de tus juegos sucios en su presencia.
El Señor no ha tratado como merecen tus culpas y pecados.

El amor del Señor, alma mía, es más alto que los cielos.
El amor del Señor, alma mía, es más grande que los mares.
El amor del Señor, alma mía, es más fuerte que las montañas.
El amor  del Señor, alma mía, es más firme que nuestras rebeldías.

Bendice alma mía, al Señor, por la ternura de sus manos.
Bendice, alma mía al Señor, que es más bueno que una madre.
Bendice, alma mía, al Señor, que él sabe de lo frágil de nuestro barro.
Bendice, alma mía, al Señor, que él comprende nuestro corazón enfermo.

El Señor conoce la profundidad del corazón del hombre.
El Señor sabe que su vida es como la hierba del campo.
El Señor entiende la fragilidad de nuestras alas.
El Señor sabe que el hombre es como el polvo.

El amor del Señor, alma mía, es desde siempre y para siempre.
El amor del Señor, alma mía, es para aquellos que le temen y respetan.
El amor del Señor, alma mía,  se hace justicia para sus hijos.
El amor del Señor, alma mía, es para los que guardan su alianza.

Bendice, alma mía, al Señor, unida al coro de sus ángeles.
Bendice, alma mía, al Señor, en medio de la asamblea congregada.
Bendice, alma mía , al Señor, el único Dueño de la Historia.
Bendice, alma mía, al Señor, en todos los lugares de su señorío.

¡Bendice, alma mía, al Señor: alábale de todo corazón!
¡Bendice, alma mía, al Señor: su amor sin límites
merece nuestro canto!

(Salmo 102 actualizado)