1. Yo te veo, Señor, con un hierro encendido
quemándome la carne hasta los huesos.
Sigue, Señor,
que de ese hierro han salido
mis alas y mi verso.
2. Nadie fue ayer
ni va hoy ni irá mañana
hacia Dios
por este mismo camino
que yo voy.
Para cada hombre guarda
un rayo nuevo de luz el sol...
y un camino virgen,
Dios.
3. No conozco este camino.
Y ya no alumbra mi estrella
y se ha apagado mi amor.
Así... vacío y a oscuras,
¿a donde voy?
Sin una luz en el cielo
y roto mi corazón...
¿cómo saber si es el tuyo
este camino, Señor?
4. Hazme una cruz sencilla,
carpintero...,
sin añadidos
ni ornamentos...,
que se vean desnudos
los maderos,
desnudos
y decididamente rectos:
los brazos en abrazo hacia la tierra,
el astil disparándose a los cielos.
Que no haya un solo adorno
que distraiga este gesto:
este equilibrio humano
de los dos mandamientos...
Sencilla, sencilla...
Hazme una cruz sencilla, carpintero.