Señor, ¡cuántas veces has querido acompañarme y yo he preferido caminar a solas con mi tristeza!
¡Cuántas veces has querido guiarme hacia la felicidad y a la paz más grandes y yo he preferido seguir vagando sin rumbo!
¡Cuántas veces has querido reunirme con otros hermanos a los que podría haber ayudado, que me habrían podido ayudar, y yo he preferido seguir enmimismado!
¡Cuantas veces has querido bendecirme con tu luz, tu alegría y tu fuerza y yo he preferido luces, alegrías y fuerzas más pequeñas y menos duraderas!
¡Cuántas veces has querido abrazar mi corazón y curar sus heridas con tu perdón y yo he preferido seguir tirando del carro de mis remordimientos!
¡Cuántas veces has querido cubrirme con el manto de tu amor y yo he preferido seguir tiritando de frío!
Señor, ¡ayúdame! No permitas que el orgullo, el pesimismo o la pereza me separen de ti!!! Que comprenda y viva, de una vez, que el primer mandamiento no es amarte y servirte, es dejar que tú me acompañes, me guíes, me reúnas, me bendigas, me perdones y me ames. Amén.