martes, 6 de octubre de 2015

Descendió a los infiernos

Jesús, no resucitaste para ti solo.
Tu vida era contagiosa y querías
repartir entre todos
el pan bendito de tu resurrección.

Por eso descendiste hasta el seño de Abrahán,
para dar a los muertos de mil generaciones
la caliente limosna de tu vida recién conquistada.
Y los antiguos patriarcas y profetas
que te esperaban desde siglos y siglos
se pusieron de pie y te aclamaron, diciendo:
«Santo, Santo, Santo
Digno es el cordero que con su muerte nos infunde vida,
que con su vida nueva nos salva de la muerte.
Y cien mil veces santo
es este Salvador que se salva y nos salva.»

Y tendieron sus manos
brotó este nuevo milagro
de la multiplicación de la sangre y de la vida.

Martín Descalzo