No hablaste de un Dios de muertos, sino de vivos. 
Tampoco del Dios de unos pocos elegidos, 
sino del Padre común, con la puerta abierta a todos. 
¿El Dios de los perfectos? 
Lo desmontaste acariciando a los intocables, 
comiendo con los pecadores, 
perdonando a los que otros ya daban por condenados. 
Mostraste una lógica diferente. 
Al que quería sobresalir, le invitaste a servir. 
Eso sí es sobresaliente. 
Al que quería tenerlo todo, le llamaste a darlo todo. 
Volviste la primera piedra contra quien se sentía puro, 
y la dejó caer al suelo. 
Y así sigues, Señor, descolocándonos, rompiéndonos las certezas.
Despertándonos la esperanza. 
Encendiendo una vida distinta en nuestras pequeñas muertes. 
Llamándonos a tu eternidad diferente,
que se trenza en el amor.
Rezandovoy