Quise que Dios fuese "grande"
a los ojos de los hombres
y les hablé de un señor todopoderoso,
dueño exigente y juez temible,
pero Él se escondió.
Porque mis bonitas palabras sobre un Dios todopoderoso
camuflaban apenas mi propia voluntad de poder.
Quise servirle yendo hasta el límite
de mis fuerzas en mis compromisos
por la mejor causa del derecho y de la justicia,
pero Él se mantuvo mudo y ausente.
Porque tras el ímpetu de mis compromisos,
no había más que deseo inconfesado
de hacer prevalecer mis ideales, mi manera de ver,
mi visión del mundo y de los hombres.
Entonces me dispuse e escuchar a los otros
en lugar de hablarles,
-y en sus sencillas palabras oí
la palabra de Dios.
Me dispuse a mirar a los demás intentando
descubrir sus cualidades más bien que sus defectos,
a permanecerles fiel aunque hubiese tropezado,
a tenderles la mano aún cuando no me molestasen,
a amarles como son en la sencillez
de la vida de cada día.
Y en la fidelidad de lo cotidiano
Lo encontré.