Ahí estás, Jesús, pasando por nuestras calles.
Saliéndonos al encuentro desde tantos lugares inesperados.
En el semáforo, en la oficina, en las aulas, en una cafetería…
Te asomas cada día a la pantalla del móvil o del ordenador,
en forma de canción, de poema, de testimonio.
Nos llamas, en las noticias, que llegan a diario,
hablando de amor, de guerra, de necesidades,
de sueños, de pecado, de resurrección.
Eres grito, y dices nuestros nombres, mi nombre: ¡ANA, CRISTINA, ANDRÉS...!
y en tu voz hay urgencia, y cariño,
y la convicción de que quieres ofrecerme lo mejor para la vida:
un sentido, una causa, y mucha gente con la que compartirla.
Y me dices: “Sígueme”.
Y yo quiero seguirte, aunque no siempre sé cómo.
Seguirte en la forma en que gasto el tiempo.
Seguirte, al buscar espacios donde escuchar tu palabra o compartir tu mesa.
Seguirte, compartiendo el camino con otros que también te siguen.
Seguirte, con la toalla ceñida a la cintura, para servir, como tú.
Seguirte, haciendo del amor, tu amor, mi única bandera.
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