Al viento de tu Espíritu,
que animó y ordenó, desde el inicio,
la creación toda
e infundió aliento de vida
en todos los seres,
nos colocamos, Señor.
Al viento de tu Espíritu,
que guió a tus profetas y mensajeros,
y a todo tu pueblo,
por los ambiguos caminos de la historia,
nos aventuramos, Señor.
Al viento de tu Espíritu,
que penetró y remansó en el corazón
y vientre de María de Nazaret,
haciéndola portadora de vida y esperanza,
vivimos, Señor.
Al viento de tu Espíritu,
que se apoderó de Jesús
y lo llenó de fuerza y ternura
para anunciar la Buena Nueva a los pobres,
nos apostamos, Señor.
Al viento de tu Espíritu,
que se llevó en Pentecostés los prejuicios y los miedos,
y abrió de par en par las puertas del cenáculo,
para que toda comunidad cristiana
fuera siempre sensible al mundo,
libre en su palabra,
coherente en su testimonio
e invencible en su esperanza,
nos abrimos, Señor.
Al viento de tu Espíritu,
que se lleva, hoy, los nuevos miedos de la Iglesia,
que critica en ella todo poder que no sea servicio
y la purifica con la pobreza y el martirio,
nos reunimos, Señor.
Al viento de tu Espíritu,
que sopla donde quiere, libre y liberador,
vencedor de la ley, del pecado, de la muerte,
y alma y aliento de tu Reino,
obedecemos, Señor.
Florentino Ulibarri