viernes, 6 de mayo de 2016

Te perdono

Hija mía querida:
Has acogido y disfrutado mi perdón, mi perdón gratuito. Pero de vez en cuando, escucho en tu interior pensamientos que rechazan mi perdón. Traes a la memoria todos tus accidentes del camino y parece que te oigo argumentarme:
- Si al menos la herida tuviera que ver con la inconsciencia de la infancia...
- Si todo se pudiera reducir a las locuras de adolescente...
- Si la herida consistiera en una mala experiencia o    equivocación puntual...
- Si no hubiese tenido una familia maravillosa, grupos de jóvenes en los que sentir tu amor, amigos que me han querido y me quieren tanto…
- Si hubiese pecado antes de conocerte…

Por eso, hoy vuelvo a recordarte, lo que ya te he dicho en tantos momentos:
¿Recuerdas la consulta de Pedro: ¿Cuántas veces tenemos que perdonar, siete veces? No te digo siete veces, sino setenta veces siete (Mt 18,22)? Si ésta es la medida que se le pide al hombre, ¿cómo piensas que yo puedo tener una medida más pequeña?  Y si yo te acojo, ¿no lo vas a hacer tú contigo mismo?  Y si tu acoges y perdonas a quienes te hacen daño, ¿crees que mi corazón es menos capaz de perdonar?

¿Recuerdas la experiencia del hijo pródigo? No se merecía mi perdón, pero él necesitaba ser perdonado y yo quería demostrarle que mi amor es más gratuito que el sol o el viento. Por eso, al verlo volver a casa, cansado y triste, lloré, corrí, lo abracé, lo llené de besos. Y como la alegría no me cabía en el corazón, hicimos una fiesta. ¿Crees que cuando tú vuelves a casa no siento la misma alegría?

Sé que estás cansada de convivir con tu fragilidad. ¿Recuerdas al apóstol Pablo cuando describe su experiencia de lucha continua? Me pidió mil veces que lo librase del aguijón que le martirizaba, pero yo le dije: "Te basta mi gracia, para que así mi fuerza se muestre en la flaqueza" (2 Co 12, 7-9). Querida hija mía: en tu pequeñez se manifiesta la grandeza de mi perdón. En tu pobreza resplandece la riqueza de mi amor. En ti y a través de ti, si tú me dejas, haré obras grandes en favor de muchos.

Acoge mi perdón en lo más hondo de ti. Disfrútalo y compártelo. Y cuando vuelvas a dudar, dímelo, para que pueda convencerte de nuevo. ¿De acuerdo?

Un abrazo grande de tu Padre Dios.

(Inspirado en un texto de Ángel Moreno)