viernes, 6 de mayo de 2016

Saborear el perdón

Hija mía querida:

¡No sabes cuánto he disfrutado contigo! Te has dejado encontrar y me has abierto ese gran corazón que te dí. Me has dejado aligerar la carga que dobla tu espalda y arruga tu sonrisa. Me has dejado abrazarte y he sentido lo mucho que me quieres. Y al ver tus lágrimas, no he podido contener las mías.

Recuerda lo que te he dicho tantas veces: Tú vales mucho para mí, eres preciosa y yo te amo (Isaías 43); te llevo tatuada en las palmas de mis manos, continuamente pienso en ti (Isaías 49); la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encuentro yo contigo (Isaías 62); hasta tu vejez, yo seré siempre el mismo y te ayudaré hasta que tus cabellos se pongan blancos. Así como te he  apoyado hasta ahora, así te seguiré apoyando (Isaías 46).

Has acogido y disfrutado mi perdón, mi perdón gratuito. Pero de vez en cuando, no te lo acabas de creer. Por eso, vuelvo a recordarte la experiencia del hijo pródigo. Al verlo volver a casa, cansado y triste, lloré, corrí, lo abracé, lo llené de besos. Y como la alegría no me cabía en el corazón, hicimos una fiesta. ¿Crees que no siento la misma alegría cuando tú vuelves a mí?

Sé que estás cansada de convivir con tu fragilidad. No eres la única. El apóstol Pablo me pidió mil veces que lo librase del aguijón que le martirizaba, pero yo le dije: "Te basta mi gracia, para que así mi fuerza se muestre en la flaqueza" (2 Co 12, 7-9). Querida hija mía: en tu pequeñez se manifiesta la grandeza de  de mi amor. A través de ti he llevado consuelo, paz, esperanza, alegría, ilusión a muchas personas. ¿No te das cuenta? Y si tú me dejas, seguiré haciendo obras grandes en favor de muchos.

Acoge mi perdón en lo más hondo de ti. Y haz el favor de perdonarte como yo te he perdonado; de valorarte y quererte como yo te valoro y quiero.

Sigue confiando en mí. Déjate conducir por mí en las pequeñas y en las grandes decisiones. Y te aseguro que no quedarás defraudada.

Un abrazo grande de tu Padre Dios.

Hijo mío querido:

¡No sabes cuánto he disfrutado contigo! Te has dejado encontrar y me has abierto ese gran corazón que te dí. Me has dejado aligerar la carga que dobla tu espalda y arruga tu sonrisa. Me has dejado abrazarte y he sentido lo mucho que me quieres. Y al ver tus lágrimas, no he podido contener las mías.

Recuerda lo que te he dicho tantas veces: Tú vales mucho para mí, eres precioso y yo te amo (Isaías 43); te llevo tatuado en las palmas de mis manos, continuamente pienso en ti (Isaías 49); la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encuentro yo contigo (Isaías 62); hasta tu vejez, yo seré siempre el mismo y te ayudaré hasta que tus cabellos se pongan blancos. Así como te he  apoyado hasta ahora, así te seguiré apoyando (Isaías 46).

Has acogido y disfrutado mi perdón, mi perdón gratuito. Pero de vez en cuando, no te lo acabas de creer. Por eso, vuelvo a recordarte la experiencia del hijo pródigo. Al verlo volver a casa, cansado y triste, lloré, corrí, lo abracé, lo llené de besos. Y como la alegría no me cabía en el corazón, hicimos una fiesta. ¿Crees que no siento la misma alegría cuando tú vuelves a mí?

Sé que estás cansado de convivir con tu fragilidad. No eres la única. El apóstol Pablo me pidió mil veces que lo librase del aguijón que le martirizaba, pero yo le dije: "Te basta mi gracia, para que así mi fuerza se muestre en la flaqueza" (2 Co 12, 7-9). Querido, hijo mío: en tu pequeñez se manifiesta la grandeza de  de mi amor. A través de ti he llevado consuelo, paz, esperanza, alegría, ilusión a muchas personas. ¿No te das cuenta? Y si tú me dejas, seguiré haciendo obras grandes en favor de muchos.

Acoge mi perdón en lo más hondo de ti. Y haz el favor de perdonarte como yo te he perdonado; de valorarte y quererte como yo te valoro y quiero.

Sigue confiando en mí. Déjate conducir por mí en las pequeñas y en las grandes decisiones. Y te aseguro que no quedarás defraudado.

Un abrazo grande de tu Padre Dios