sábado, 28 de noviembre de 2020

Creer en el invierno de la vida

Padre bueno, enséñanos a reconocer los signos de tu Reino, cuando el árbol de la vida está lleno de hojas verdes y frutos maduros: las personas que se juegan la salud y la vida por los demás; las que cuidan a los que llegan en pateras y a quienes no tienen casa; las sanitarias y sacerdotes que cogen la mano a los enfermos, aunque tengan miedo; esas personas que nos impactan por su sencillez, su sinceridad, su entrega, su generosidad; las comunidades verdaderamente fraternas, donde se comparte y todos se ayudan mutuamente; tantos padres y madres que se sacrifican cada día por sus hijos con una sonrisa. ¡Qué fácil es encontrarte en estos frutos maduros y en tantos otros!

Y qué difícil es reconocerte cuando el árbol de la vida está desnudo de hojas y frutos: cuando solo se difunden malas noticias y parece que la malicia se extiende; en los días en los que no te sientes hermano, ni amigo, ni hijo. En esos momentos, también estás, aunque lo nieguen las apariencias y las sensaciones. Tú, Dios bueno, eres como la sabia, que, silenciosamente, sostiene el árbol y, en su momento, ceba y abre las yemas, hace brotar ramas, hojas y flores y, finalmente, alimenta y madura los frutos. Ayúdanos a crecer en esta esperanza. Amén.